Empezó siendo algo excepcional pero, desafortunadamente, ya es general el conocimiento de personas en la proximidad de cada uno que van confesando su beligerante convivencia con ese bicharraco nanoparticularmente pequeño en tamaño-disculpas por la extravagancia del neologismo- pero gigantesco en su capacidad de generar daño, incertidumbre, angustia….Pero, ojo!!!, también vulnerable porque se le derrota. Se le DERROTA con mayúsculas.
Y son las historias de la victoria en la batalla a las que tenemos que dar luz y taquígrafos; ponerles nombre y apellidos; expandirlas y contagiarlas como el mejor antirretroviral frente al miedo.
Pedro Alsina, alguien cercano en lo personal y profesional, ha decidido hacer público a través de sus redes sociales un relato muy introspectivo, mesurado, pausado. Un relato que desprende temor y valentía, generosidad y agradecimiento. Altamente contagioso y esperanzador. Una primera vacuna para inmunizarnos con el mejor de los antígenos: el sentimiento de que a este bicho se le DERROTA.
Gracias Pedro.
Esteban Bravo.
(A continuación se puede leer el texto íntegro del testimonio de Pedro Alsina publicado en sus redes sociales: @alsinamier)
Relato sobre el Covid-19 vivido en primera persona
Vaya por delante que este texto nace de una necesidad interior de reordenar mis pensamientos y mis emociones después de la experiencia sufrida. Pero he pensado que podría ser útil a otras personas que están pasando por lo mismo y también un reconocimiento al personal sanitario del Hospital Puerta de Hierro que fueron los auténticos protagonistas.
Inicios de Marzo. El Covid-19 ya estaba haciendo de las suyas, pero en España todavía “no había peligro” salvo estancia previa en zona de riesgo o contacto con algún infectado.
Me encontraba en un evento sanitario y recibo un WhatsApp: “¿Qué haces entre este grupo de suicidas? Más de 200 personas a menos de un metro”. Busco con la mirada al emisor, sonrío y le hago un gesto para charlar luego.
Fue premonitorio porque algunos de los relevantes asistentes luego se supo que habían dado positivo al test.
Al cabo de seis días comencé a sentirme mal: fiebre, malestar general, escalofríos, cefalea, mialgias, pérdida del gusto y olfato, diarrea y náuseas. Me acosté y solicité cita en el centro de salud. Además llamé al teléfono habilitado para el coronavirus y me hacen la batería de preguntas protocolarias y la conclusión es: no estancia en zona de riesgo, no contacto con infectado. Acuda a su centro de salud.
A los dos días acudo al centro de salud con la misma sintomatología con que debuté. Mismas preguntas, exploración, etc. Conclusión: “cuadro gripal por virus gripal”. Informé de que estaba vacunado frente a la gripe pero me dijeron que a veces la vacuna falla. “Oiga pero es que sospecho de un evento en el que estuve y que había personas que luego se ha sabido que estaban infectadas”. No hay transmisión comunitaria, me respondieron. Vuelva a casa, antipirético, hidrátese bien y descanse.
Así estuve otros diez días más. La fiebre persistía, el malestar general se mantenía y desapareció la diarrea y la cefalea. Estuve muy postrado en la cama sin nada de apetito. El olfato lo recuperé porque recuerdo el aroma de un plátano que me pareció maravilloso.
Ya no tenía que desplazarme al centro de salud porque se procedía a seguimiento telefónico: “¿Cómo se encuentra? Pues bien, pero me he tomado la saturación de oxígeno y estoy un poco bajito, a 89. “Vaya inmediatamente a urgencias de su hospital para que le hagan una placa”.
Entre dudas, allí que me llevaron.
Entro en la sala de espera de urgencias, paso a triaje e inmediatamente me hallo en un box ya en el interior. Escena dantesca, la mayoría de pacientes que allí nos encontrábamos éramos varones, tosiendo, quejándose, todos con las gafas de oxígeno. “Si no lo tenía de antes, seguro que aquí me contagio”, pensé.
Me pasaron a una consulta y me hicieron una analítica, un electrocardiograma, una placa y el test del coronavirus. “Ahora espere en la sala que ya le llamaremos de nuevo”. Me pusieron las gafas de oxígeno.
Al cabo de un rato alguien se acerca y me dice que necesitan mi autorización para administrarme un fármaco que aunque no está indicado para Covid-19, está dando buenos resultados. Adelante, respondí.
Minutos más tarde me comentan que un parámetro de la analítica ha salido muy alterado y necesitan hacerme un TAC para descartar otras opciones. Ahí se me vino el mundo encima, de repente pasaron por mi mente todo tipo de temores.
“Por cierto, la prueba del coronavirus (muestra nasofaringea) ha salido negativa” me informaron.
Me hacen el TAC y me asignan una cama en el box de urgencias para que me tumbe en decúbito prono porque eso mejora la respiración. Cuando ya encontré la posición en la que no me molestaban las gafas de oxígeno tumbado boca abajo, me informan que voy a ingresar y me están buscando habitación debido a que han confirmado en el TAC que había tenido un tromboembolismo pulmonar, probablemente debido a la inmovilidad de los primeros días y una neumonía bilateral claramente compatible con Covid-19.
En este punto se me cayó el mundo encima y quedé noqueado. Enseguida vinieron y me administraron heparina y me quedé en la cama a la espera de habitación. Esa tarde fue interminable con todo el tiempo para pensar y no precisamente en nada bueno.
Recuerdo las conversaciones de los profesionales respecto a la precariedad de las condiciones y la falta de materiales de protección. Varias veces oí la peticion de que me subieran a planta porque ya tenía habitación. No entendía qué estaba pasando, pero bastante tenía ya con lo mío. Alguien vino y puso orden y dijo que los que tenían que subir a planta que se se subieran ya. Luego supe por la pregunta que me hizo el camillero al respecto de si había dado positivo o no, que las reticencias eran por la falta de protección que tenían para trasladar a infectados.
Por fin estoy en la habitación y pasa el médico y me cuenta todo lo acontecido. Con la heparina tenemos al trombo controlado, mañana le haremos más pruebas para asegurarnos. Ahora la prioridad es la neumonía bilateral. La mayoría de afectados cursan la enfermedad prácticamente sin sintomatología. El 15% como usted, precisan de hospitalización. Un 5% pasan por la UCI y eso es lo que tenemos que evitar. Le vamos a administrar hidroxicloroquina y corticoterapia sistémica para tratar esa neumonía. ¿Tiene dificultad respiratoria? No, le contesté.
Lo que tenía era un gran susto en el cuerpo. Solo, en una habitación de una planta habilitada recientemente para infectados por coronavirus. Sin posibilidad de visitas, obviamente. Fue un día agotador y me quedé dormido enseguida.
La actividad en el hospital no cesa y sobre las 7 de la mañana comienza a ser frenética. Esa primera mañana otra analítica y un ecocardiograma que salió bastante bien y no se veía rastro del trombo. Por supuesto controles de presión arterial, saturación y temperatura el resto del día.
Menos mal que me fui a urgencias pensé, lo del trombo me dejó muy tocado sólo de pensar en lo que pudo haber sido y no fue.
Esa misma mañana apareció un compañero de fatigas y de habitación, ya por lo menos no iba a estar solo. Comenzaron a llegar cartas de personas y profesionales anónimos que intentaban infundirnos ánimos y esperanza y trasmitirnos que no estábamos solos. Así cada mañana, eran como una dosis de entusiasmo. Las cartas nos las traía el médico en su ronda matinal. Recuerdo la primera vez que pasó porque además de sonreir y tener palabras de ánimo siempre, me tendió la mano y yo no supe qué hacer. “No te preocupes, llevo doble guante”. Parecerá una tontería pero ese simple gesto en una planta de infectados era una prueba de humanidad y me reconfortó sobremanera. También tengo que decir que después de la ronda con sus enfermos se iba a actualizar los informes y procedía a llamar a nuestras familias para que tuvieran información de primera mano, lo cual suponía un bálsamo para las mismas.
A pesar de haber tenido una afectación pulmonar superior al 50% nunca tuve dificultad respiratoria y la clínica de la neumonía era mejor que lo que se podía pensar a la vista de las radiografías.
Por cierto, segunda muestra nasofaringea con resultado negativo, esto no le cuadraba al médico porque las imágenes eran claramente compatibles con coronavirus, como así reza el informe de alta hospitalaria. ¿Escasa sensibilidad de los test?
El resto ya fue más fácil. Recuperé el apetito, la fiebre desapareció al tercer día y no regresó, todo evolucionaba bien. Las exploraciones y auscultaciones confirmaban una mejoría diaria.
Una semana después del ingreso pasó el médico como todas las mañanas y me dijo que me iba a retirar el oxígeno para ver durante el día cómo evolucionaba y valorar si poder darme el alta hospitalaria por la tarde. Una vez más me lo dijo con una sonrisa que sobresalía de su doble mascarilla y visera protectora. Yo también sonreí y le dí las gracias. El volvió a tenderme la mano, esta vez no dudé.
A mediodía la saturación estaba bien, no me fatigaba y por la tarde volvió el médico para darme el alta, no sin antes darme las instrucciones a seguir en el domicilio durante los 15 días de aislamiento para proteger a mi familia, además de la retirada paulatina del corticoide y la pauta para 6 meses de anticoagulación. Fue su última sonrisa para mí. Ya solo faltaba que viniesen a retirarme la vía para que pudiera vestirme y recoger mis bártulos. Llamé a mi mujer para que pasara a recogerme embriagado de emoción.
Lo mejor de todo fue la tormenta de emociones que se produjo cuando abandoné la habitación con mi bolsa de ropa sucia y mis enseres personales avanzando hacia la salida entre vítores y aplausos de todo el personal. Increíble, no solo me cuidaron y me curaron sino que me aplaudieron. No me salía la voz pero me paré y les dije que se estaban equivocando, era yo el que debía aplaudirles a ellos y así lo hice.
Abajo esperaba mi mujer para llevarme a casa, pero la cuarentena de 15 días ya había comenzado, no pude abrazarla ni besarla, fue una situación muy extraña. Subí a la parte trasera del coche y bajé la ventanilla para poder llenar mis maltrechos pulmones con todo el aire fresco posible.
Llegamos a casa y todo estaba listo para mi confinamiento individual. Me quité toda la ropa que llevaba, me duché e inicié mi clausura.
Seguía siendo una situación ignota, estaba en mi casa pero no podía ver a nadie físicamente, ni a mi mujer, ni a mi hijo, ni al perro. Pero bendita la tecnología que nos permite comunicarnos y vernos a través de una pantalla.
Los primeros días de encierro transcurrieron tratando de establecer rutinas para sobrellevar mejor el aislamiento. Ejercicios respiratorios para ir recuperando la capacidad pulmonar, algunos ejercicios para ir recuperando los estragos de la inactividad y la pérdida de masa muscular, leer, escribir, pensar, valorar las cosas en su justa medida, reflexionar, comunicarme con mi familia y agradecer todos los mensajes de ánimo que me habían llegado por diferentes medios.
Se me olvidaba, limpiar y desinfectar con lejía mi zona privada. Así queda un día muy completo de aislamiento.
En el momento que escribo esto sigo todavía en cuarentena y si echo la vista atrás veo que dentro de lo que cabe, he tenido mucha suerte. Estoy seguro que esta experiencia no la olvidaré y espero sacar conclusiones positivas, al igual que deberíamos hacer todos como sociedad.
«Las crisis pulen tu vida. En ellas descubres lo que realmente eres»
Allan K. Chalmers
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