Privilegiados. Así nos sentimos en Cícero por el simple hecho de que SEFAR (Sociedad Española de Farmacia Rural) nos haya permitido, aunque sea parapetados tras un biombo, ser testigos de la única realidad que en teoría da sentido a todo el trabajo que desarrollamos todos lo que, de una u otra forma, trabajamos en el ámbito de la salud: las personas. Que no pacientes, ojo!!!, que también, pero hablamos de personas en el más amplio sentido de la palabra, sean o no pacientes.
La realidad es que esto no es noticia. Son muchos años los que llevamos escuchando de una manera reverberante lo importante que son las personas en todos los ámbitos de actuación de este sector, ya sea político, médico, empresarial, mediático…; lo que ocurre es que no es fácil que el ecosistema en el que nos movemos nos permita ver, sentir, escuchar, tocar, conocer de verdad la realidad de esas personas.
Y en estas, hace ya algún tiempo, SEFAR, la Universidad de Sevilla y algún que otro trilero con alma, decidieron salir a buscar a esas personas. Para ello se fueron hasta el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla, El Madroño, que con sus 140 habitantes tuvo la generosidad de acoger y compartir su sabiduría con aquellos que venían de otra galaxia. Aquel intercambio de conocimiento se hizo realidad a través del I Curso de Extensión Universitaria sobre Salud y Comunidad Rural.
Y ese embrión decide ahora atravesar Despeñaperros hacia la Alcarria para continuar aprendiendo y creciendo.
Se acaba de celebrar en Villanueva de Alcorón, Guadalajara, el primer acto de obligatoria deliberación, asamblea popular, que siente las bases para otro encuentro entre personas en el ámbito de la salud.
Y allí, parapetados tras el biombo, tuvimos el privilegio de ver y escuchar a la gente. Fuimos testigos de las quejas de Urbana, que a sus 81 años, protesta porque le dicen que el medicamento que toma ahora actúa igual que el que tomaba antes y le cambiaron hace unos meses. “Cómo va ser lo mismo el de antes, que costaba 18 euros, que el de ahora, que cuesta 3”, apunta con un convencimiento inquebrantable. O el malestar de Juana que a sus 79 años la tienen “mareada con cien mil pruebas” y todavía no le han dicho nada de unas manchas que le salen en la piel. O Bienvenida, y la necesidad que tiene de que le expliquen bien lo de su marcapasos. O la queja al unísono de la gestión de la ambulancia que le corresponde a la zona….
Detrás del biombo el marciano era yo y delante estaban las personas. Más de 50 en un pueblo de 160 habitantes que abarrotaron el “Teleclub”. Julia, la boticaria, miembro de SEFAR, lidera esta actividad porque así lo quiere el pueblo, con todo el apoyo de Jennifer, la alcaldesa.
Sigo escondido, entendiendo que al conocer de verdad a las personas podremos ofrecer más valor a nuestro trabajo y obtener un mayor retorno del mismo, sin que ese retorno tenga ningún significado obsceno. Los profesionales sanitarios tratarán y cuidarán mejor, los políticos decidirán mejor, las empresas que investigan y desarrollan medicamentos podrán seguir haciéndolo sin riesgos de erosión, y los profesionales de la comunicación, sea cual sea nuestro ámbito laboral, mejoraremos nuestra capacidad de hablar entre iguales.
La Asamblea acaba con una merendola popular. Desde mi escondite vislumbro claramente la caja de botellines. El olor de la tortilla me debilita. Mi espíritu de periodista y la endeble voluntad que genéticamente nos acompaña –eso dicen- ante cualquier posibilidad de bien beber y comer, están a punto de traicionarme. ¿Enseño la patita? A ver quién se anima…
Esteban Bravo
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Este post no se merece el silencio atronador que le rodea. Quizá ese silencio tenga que ver con que las realidades fronterizas nunca tienen un nombre registrado en el catastro. Eso llega después, cuando las oleadas de colonos ya se han asentado en lo que antes era terra ignota. Nombrar las cosas es una tarea titánica. Por eso aparece entre las primeras tareas que son encomendadas a los humanos en todos los relatos culturales que hablan del origen. Sólo hay susurros al comienzo de las historias, y seguro que el feedback que ha recibido el relato de Maese Bravo se ha producido así, en susurros. Me gustan los susurros. Son el lenguaje de la madrugada, el gran momento de la conspiración. Esa conspiración de gente decente que algunos reivindicamos desde hace tiempo empeñolados sobre una cierta ingenuidad militante. Lo que acaba de hacer Esteban es uno de los primeros intentos cartográficos para dibujar un mapa de esas tierras de frontera de donde llegan relatos fabulosos sobre una misteriosa tribu perdida: la tribu perdida de la gente. Esteban (ni nadie de quienes compartimos hoguera en las cunetas de estas iniciativas kamikaze) no ha trazado ese mapa impreciso, donde hay hallazgos y zonas vacías, para su exclusivo disfrute. Más bien me parece que lo pone a disposición de cualquiera que quiera salir un rato del parque temático donde transcurre la por ahora segura existencia en las tradicionales zonas de confort, le apetezca respirar otro aire y, de paso, reseñar en ese mapa común lo que encuentre por ahí. No hay que ser ningún héroe para eso; basta el mismo espíritu arriesgado que se le pueda exigir a cualquier dominguero que sale al campo. No es mucho riesgo, ¿verdad?. Esteban, que es un tipo más bien tímido, no lo dice, pero yo, que estoy pasado de rosca y habito en el borde exterior de la galaxia, no tengo problema en hacerlo: cualquiera que pase por este post es bienvenido, bienvenida, a embarcarse en esta historia. Hay tarea de sobra y la recompensa no creo que vaya más allá de unos botellines fresquitos de cerveza. Pero nos lo estamos pasando en grande, vive Dios. Abrazos.